De
la Lucha con la bestia y el fin de la cacería
Jean, viendo a Rafael en combate cerrado con la bestia y en
serios apuros, intenta realizar un ataque preciso sobre ella, evitando herir a su
compañero, mientras, Rafael azuza con su antorcha en el rostro de la bestia,
que gruñe mientras aparta su chamuscado hocico, dándole el suficiente respiro
para retroceder unos pasos y separarse del monstruo.
La bestia ataca y con sus garras cebándose en el pecho del
pobre Rafael, arrancando trozos de metal de la armadura, e hiriendo de
importancia al caballero ordenado.
Jean corre a ayudar a su compañero enarbolando la Maza con
aire desafiante, pero no logra impactar
a la esquiva bestia, que con un ágil movimiento consigue apartarse del camino
mortal de la Maza del francés.
Rafael, ignorando el dolor, lanza una estocada al vientre de
la bestia, pero su espada tampoco logra conseguir
el ansiado objetivo, el descomunal lobo parece moverse con la agilidad de un
gamo, de un lado a otro.
La bestia se gira ante la presencia de Jean y le lanza un
terrible zarpazo en el pecho que atraviesa la armadura con una facilidad
pasmosa, Jean retrocede ante el envite del animal y se recompone del golpe, por
suerte no ha sido tan grave como dan a entender los desperfectos de la
armadura, enfurecido por haber bajado la guardia, blande su pesada maza de
armas sobre el ser, pero este, en rápidos movimientos logra echarse atrás y evitar
los pesados golpes.
Rafael, aprovecha que la bestia está entretenida con Jean y
le ataca por la espalda, creando un profundo surco rojo en su peluda piel. El licántropo,
ruge de dolor, pero parece estar más enfurecido que herido.
Entre tanto, a la espalda del combate, allí por donde
vinieron Jean y Rafael, aparecen varios hombres corriendo; un hombre desgarbado
y con prendas pardas y desgastadas, empuñando su arco de caza, parece ser uno de los cazadores de la partida,
acompañado por otros dos de los hombres de Obdulio con sus ballestas. Al ver la
estampa quedan paralizados por el miedo, pero el cazador, con la experiencia de
los años, se aposta y afianza el tiro, lo que da confianza suficiente a los
ballesteros para hacer lo propio.
La irrupción de los
refuerzos, da cierto respiro a los otros contendientes, ya que la atención del
monstruo no se centra en ellos por completo. Jean, Viendo lo infructuoso de su ataque, se
presta a ser un poco más cauteloso, por lo que embraza su escudo con fuerza, y adopta una posición más defensiva, parando
los golpes con el escudo, y lanzando ataques menos fuertes pero más certeros,
con la maza, rezando por que la desventura no le mandara alguna de las flechas perdidas.
El lobisome ruge enfurecido y lanza un brutal zarpazo sobre
Rafael, que logra de milagro interponer a tiempo su escudo de metal, que acaba
doblado y con unas profundas garras marcadas, desluciendo el emblema de la
orden.
El cazador dispara y clava una flecha en el brazo derecho de
la bestia, lo que hace que el engendro se yerga en un alarido inhumano y al
girarse en pos de su atacante recibe un tremendo virotazo por parte de uno de
los ballesteros, que se clava profundamente, en el hocico de la bestia, el
rugido de dolor del lobisome espanta los pocos pájaros que quedan en tan
desolado lugar.
Jean vuelve a atacar,
pero la velocidad del monstruoso lobo es increíble, y se aparta a
tiempo. Rafael ve la ocasión con claridad, el lobo ha descuidado la guardia al
esquivar a Jean y le propina un severo corte en la pierna con su espada, regando
el suelo de sangre pardo rojiza. El lobisome parece tambalearse, pero aun ruge
con furia, con los ojos inyectados en sangre con el deseo marcado de acabar con
todos.
A penas existe un segundo de pausa y la bestia lanza un
nuevo golpe contra Rafael, que interpone su escudo en el camino del engendro
que comienza a estar muy debilitado por los golpes y los daños recibidos, apenas ha arañado el escudo. Entre tanto el
cazador dispara, pero esta vez Jean se mueve para buscar un ángulo al que
atacar a la bestia y se cruza en la trayectoria del disparo, que choca contra
la armadura en la espada, la flecha apenas penetra en La armadura, pero aun así
Jean nota con cierto estupor, como la flecha termina clavada en la carne.
Con la experiencia que dan los años, Jean no se amedrenta
por el inesperado incidente y realiza un ataque rápido hacia los intestinos del
animal, pero éste, en un fugaz movimiento, logra esquivarlo por los pelos.
Rafael vuelve a aprovechar que el lobisome se dedica a
esquivar los ataques del francés, para lanzar una certera estocada que realiza
un nuevo corte en la pata de la bestia, que suelta un alarido que hiela la
sangre, parece debilitado, pero no da muestras de tener ganas de dejar de
luchar.
Por su parte los ballesteros han terminado de cargar sus
ballestas y apuntan de nuevo a la bestia, que, sangrando abundantemente por
todas sus heridas, hace un débil ataque sobre Rafael, que para fácilmente con
su escudo de metal. El cazador y los ballesteros disparan, la flecha del
primero impacta parcialmente sobre el brazo derecho para perderse después en el
bosque, en cambio los virotes de uno de
los ballesteros atraviesa el otro brazo de la bestia, mientras que el otro
falla estrepitosamente de nuevo impactando en el vientre a Jean que retrocede,
estupefacto, un par de pasos ante el impacto.
Jean, se recupera de nuevo del ataque involuntario y se
concentra en atacar pero el ser logra esquivarlo, de nuevo, en última
instancia, lo que Rafael vuelve a aprovechar para lanzar otra de sus estocadas
que acaba con otro corte profundo en la pierna del lobisome.
Tras un intento vano de volver a atacar, el ser cae al
suelo, agonizando, en un charco de sangre. Las extremidades se convulsionan y
el lobisome lanza un último aullido estremecedor entre estertores de muerte, de
rodillas rodeado por su propio líquido vital, mira a los ojos de sus verdugos
con los ojos cargados de ira y esbozando una sonrisa burlona deja escapar su
último hálito de vida, cayendo de bruces en su propia sangre, cuando llega Obdulio y el resto de sus hombres
de armas, todo es silencio y congoja.
Al poco de aparecer el señor de Castrove, aparecen buena
parte de los campesinos que lanzan vítores a los matadores de la bestia, que
permanecen enajenados y malheridos. Obdulio manda cortar la cabeza al ser y tras clavar la cabeza en una lanza, ordena
la vuelta a Castrove.
Mientras está todo el revuelo alrededor del cuerpo del
lobisome llegan Valeria y Pere. La verdad es que en estos momentos está casi
todo el pueblo que ha salido de cacería. La gente trata a Rafael, Jean, los
ballesteros y el cazador como héroes, y Obdulio promete buen vino y una buena cena
a los asesinos de la bestia.
Algunos campesinos se acercan a los dos caídos, para
ayudarlos. El campesino del árbol baja y empieza a contar una versión de su
historia para salvar un poco la honra...
“Valeria, échale un ojo a la herida de Rafael, parece grave,
y ya cuando termines me remiendas a mí un poco.” Dice Jean con un hilo de voz,
cansado y aturdido.
“Bien, desde luego veré primero al más grave y quien sabe,
todo está en las manos del destino y no os preocupéis vos. Que todavía tenéis
mucho que contar y batallar” contesta Valeria, dando ánimos fundados, para
sanar primero el espíritu, que según ella, era primordial para poder sanar lo
demás.
"Gracias mi señora por sus remiendos. Y a usted Don
Jean, Si no es por su destreza en batalla el lobisome hubiera acabado comiendo
tarta de Santiago en este día tan poco afortunado” dice Rafael mascullando una
leve sonrisa, apagada por el dolor. “Valeria,
espero disipe una duda que tengo en mi cabeza. Muerto el ser sobrenatural, ¿No
debería haber tornado a su forma humana?” Comenta el de la Orden de Santiago,
mirando con recelo el cuerpo decapitado del brutal animal que fuera otrora
hombre.
Valeria va atendiendo
a los heridos, que son varios. Les va untando un ungüento y murmurando unas
palabras, que ayudan a tranquilizar a los dañados y reducen el dolor como por
arte de magia. Aun así las heridas son profundas y necesitarán muchas semanas
de cuidados.
Ante la pregunta de Rafael, Valeria no sabe muy bien qué
responder , sin parar de atender a los necesitados responde: "No tiene por
qué, en las leyendas que oí nunca decían nada de que se volviesen a la forma
dada por Dios o no. A lo mejor es una maldición diferente de la que había oído
alguna vez. Lo que está claro es que ya no hará más mal entre la gente del
pueblo".
La gente inicia el camino de vuelta al pueblo, ya que Odulio
ha invitado a los campesinos que más han trabajado en la cacería, y en especial
a Jean y a Rafael, a una cena en su casona fortificada. Hay cierto ambiente
festivo por haber terminado de una vez con la bestia, con la satisfacción de la
justicia. Una vez en la casona de Odulio, que es un pequeño torreón fortificado
con algunos edificios anexos, ya han preparado la cena. El vino joven corre por
las mesas.
"Por dios vive que hoy nos hemos merecido saborear las
mieles de una sufrida victoria. Más espero que el vino del señor sea esta vez
de mi agrado....." Dice Rafael,
visiblemente más animado. Hay dos cosas que le reponen el maltrecho ánimo al
caballero de la orden de Santiago, la buena compañía de la bebida y el nuevo
peso de los 50 maravedíes, que tuvo a bien entregar el señor de Castrove, tanto
a Jean como a él. La verdad es que Rafael no supo discernir si Obdulio estaba
molesto por desprenderse del dinero o por no haber sido él quien abatiese a la
bestia.
Durante la cena la cabeza sanguinolenta y deformada a causa
del impacto del virote, presidía el amplio salón donde se sirve la Cena. Obdulio
entre chanzas y vítores, brinda por los salvadores de Castrove y ofrece su casa
para aquellos que deseen descansar allí.
“No hay duda que hoy se ha logrado algo glorioso, como tal
intentaré plasmarlo en negro sobre blanco para que vuestra hazaña se conozca en
los días venideros. Me alegra ver que tanto mi señor como Don Rafael están algo
recuperados del combate, sin duda necesitarán convalecencia vuestras
mercedes... aprovecharé la misma para que me cuenten con detalle lo ocurrido y
así contarlo con la mayor fidelidad.” Comenta
Pere mientras toma asiento cerca de su señor.