miércoles, 10 de abril de 2013

Los Lobos de Castrove (V)



De La batida en el bosque y las pesquisas en castrove

     Rafael de Cortés y Jean Le Noir acompañan a Obdulio, sus hombres de armas y los cazadores del pueblo, al bosque. Por lo que cuentan en el trayecto se dirigen a una zona que ya utilizaron hace unos años para cacerías parecidas, el lugar forma un valle rodeado de zonas acantiladas, por donde se espera que las fieras asustadas por los ruidos de los campesinos vayan. Han preparado algunas barreras para dirigir aún más a los animales a la encerrona.
Los cazadores se apostan a los lados, en las partes altas, y todos los hombres de armas van preparando sus ballestas. Liño, el capitán de los hombres de armas del señor, un hombre serio de pelo corto y sin la oreja derecha, ofrece un par de ballestas a Rafael y Jean  - "si no sabéis usarlas, a bien que cualquiera de mis hombres os explicarán cómo usarlas"-  dice antes de seguir organizando a sus hombres.
A Obdulio se le ve feliz y contento, paseando de un lado a otro mientras se ajusta sus guantes negros. Se le ve impaciente por empezar a matar bestias del bosque.
El vino corre entre todos, y los pellejos con el joven vino de la tierra se mueven con agilidad de mano en mano, acompañados por el queso blando de la zona. Todo el mundo parece muy seguro de sí mismo: ya lo han hecho más de una vez. Mientras, a lo lejos, ya se oye el ruido de los cazos, palos, ladridos y demás que están formando los campesinos. Lo único que Jean y Rafael pueden hacer es esperar pacientemente.
Entre tanto, en el pueblo de Castrove, Pere y Valeria intentan averiguar alguna cosa que pueda ser de utilidad. Queda poca gente y la que queda está bastante atareada con sus labores: si no tenían tiempo libre para meterse en el bosque, menos para perder el tiempo por el pueblo.
Un primer intento de Valeria de vender ungüentos curativos no tiene éxito. Tras unas cuantas preguntas a Valeria le explican que para todo este tipo de remedios y apaños confían en la Tomasa, la curandera que vive en el bosque. Valeria es una extraña en el lugar, y además no tiene la pinta del típico buhonero que viaja con su carreta y productos de pueblo en pueblo.

Ante las pesquisas al respecto de heridas, lo único que se oye es  -"el Remigio se reventó el dedo hace una semana el muy idiota arreglando el carro, y a la Mariña le picaron las abejas cuando iba a recoger miel"-. No parece que haya nadie herido de gravedad en el brazo o en el pecho, ni nadie que se escabullese de ir a la cacería que no tenga asuntos pendientes.
Tras un tiempo dando vueltas sin conseguir nada más provechoso, Valeria se dirige hacia Pere, –“Creo mi fiel Pere que de esta gente no vamos a sacar nada más, Quizás deberíamos dirigirnos a la casa de Tomasa ella puede que nos indique algo más de este pueblo y sus habitantes, ¿lleváis por ventura algún licor? Este pudiera ayudarnos hacer la charla más amena e interesante ¿qué pensáis mi buen Pere?” - Pere echa mano a su jubón y responde. –“Por ventura que no sería mala idea, más por estas tierras dicen de haber meigas y por tanto más nos valdría mi señora andarnos con ojo no nos maledigan por indiscretos. En cuanto al licor no tengo más que los artilugios que fice para enfrentar al lobishome.”-
Valeria pregunta por el pueblo la localización de la casa de la Tomasa y no tiene problema en que se la faciliten. Un anciano Le da unas indicaciones someras para llegar  - "salen para allá, y cuando lleven un rato andando,  verán un árbol gris, tomen el sendero de la izquierda, y en el pasado un arbusto de zarza de tamaño considerable, tuerzan vuestras mercedes a la izquierda, y sigan unos metros más y divisarán una casa vieja, allí es”.


La extraña pareja se interna en el bosque, con una ligera idea del camino, mientras oyen a lo lejos, dispersos, los ruidos que están haciendo los aldeanos, con algunas risas y chanzas.
A pesar del desconocimiento del terreno nuestros amigos consiguen no perderse y encuentran una cabaña de piedras con el techo de madera en un pequeño claro, la chimenea, que todavía humea, apenas emite un hilo de humo gris al ya encapotado cielo. Un montón de troncos están apilados al lado de la puerta cerrada de la casa. Las desvencijadas contraventanas de la cabaña parecen estar cerrados a cal y canto.
Pere se acerca a la puerta, que está cedida en sus goznes y medio podrida, pero aun así cerrada y llama a voces - "¡Ah de la casa! ¿está la Tomasa? ¿¡hola!?", pero nadie responde a los gritos de Pere.
Valeria inquieta, se acerca al escriba con cautela, -“Pere , parece que no hay nadie en la casa , podemos rodearla e intentar ver algo a través de las ventanas o quizás haya un cobertizo detrás. Lo cierto es que humea la chimenea con lo que no pueden estar lejos sus habitantes.”
Pere asiente y se disponen a Rodear la cabaña. La inspección del perímetro de la cabaña no dura demasiado, por lo que se ve la cabaña sólo tiene dos ventanas, una junto a la puerta y otra en un lateral. Ambas están cerradas con unas contraventanas de madera, pero la madera está hinchada y parece que podrida. No hay ningún cobertizo cercano, sólo un pequeño huerto con unas pocas hortalizas.
Viendo el estado de la puerta y de las ventanas no debería ser difícil forzar alguna de ellas para ver su interior... y acceder si fuese necesario. Los ladridos de los perros de los campesinos parecen más cercanos, pero aun todavía bastante lejos.  En cambio todos saben que en el bosque las distancias a veces son engañosas...
-“Creo, mi fiel Pere, que podríamos arriesgarnos e intentar abrir alguna de las ventanas con cuidado para ver si, por casualidad, hay alguien dentro. Puede que el herido que buscamos este dentro de la cabaña.” -  comenta Valeria con poca convicción.
A pesar de todo, espoleado por la curiosidad, Pere se acerca a una de las ventanas. Con todo el cuidado que puede empieza a intentar abrir la contraventana, pero parece resistente... aunque cede un poco. Animado, tira un poco más... para arrancar de cuajo la contraventana.
La madera podrida no ha aguantado más y Pere sostiene entre sus manos, sorprendido, los trozos de madera de la contraventa, unidos malamente por unos clavos oxidados. En la ventana, colgando de unos herrumbrosos goznes, cuelga el resto de una de las contraventanas. La otra contraventana se ha abierto, y cuelga miserablemente, amenazando con caerse en cualquier instante.
Valeria aparta a Pere y se asoma a la cabaña. La luz no es buena, apenas iluminada por la luz que se cuela por esta ventana y por las brasas de la chimenea/horno que está en el centro de la estancia. Apenas se puede distinguir un camastro, una alfombra de piel y unas estanterías de madera atestadas de todo tipo de cachivaches y hierbas.
Pere suelta los restos de la contraventana y se turna con Valeria a mirar por la ventana, que en realidad es un ventanuco que está entre vara y media y dos varas de altura, pero no logra ver mucho más.
-“Bueno Pere, creo que aquí no podemos hacer mucho más. No creo que debamos forzar la puerta. Esto solo nos traería molestias. Vamos de vuelta al pueblo, quizás nuestros amigos han podido averiguar alguna cosa más.” – Pere se asiente para dar la razón a su sabia compañera.
El ruido que van generando los campesinos ya ha pasado más allá del claro donde se hallan Pere y Valeria, alejándose en dirección contraria, cuando la calma se ve rota. 
Según se alejan de la cabaña se escuchan unos tremendos alaridos, provenientes de algún punto del bosque, los dos paran en seco. No está muy cerca, pero Pere piensa que puede orientarse para llegar hasta él.

Mientras tanto en el bosque, el retén de cazadores está esperando pacientemente a que llegue su momento, Jean y Rafael pasan el tiempo lo mejor que pueden, sin perder ojo ni a Obdulio ni a sus hombres. Echan algún trago a los pellejos de vino joven,  y mordisquean el queso y el pan que los ofrecen.
De repente, bastante cerca de donde están, por donde deberían venir los lobos, se escuchan unos tremendos alaridos de puro dolor y espanto, que se cortan de repente, dejando al bosque inmerso en un silencio sepulcral, si cabe, más inquietante que los gritos.

Dos cazadores, mucho más cercanos al lugar del ruido, se pierden en la espesura del bosque en dirección a los gritos. Los hombres de armas de Obdulio se miran entre sí, mientras el propio señor se encuentra parado, boquiabierto, mirando en dirección al bosque.
-“Vamos Rafael”, exclama Jean mientras inicia la carrera tras los dos cazadores en dirección a los gritos que se han escuchado, - “ya estaba hastiado de esperar”, se le oye mientras avanza.
Jean y Rafael Salen corriendo en la dirección en la que se han ido los dos cazadores. Es fácil seguir el rastro de helechos tronchados que han ido dejando en su carrera.  Según llegan oyen más ruidos, como de lucha, y algún grito más.
Cuando llegan, a unas 10 varas de distancia, se puede distinguir una escena dantesca, hay dos campesinos tirados en el suelo, manando sangre y gimiendo de dolor. Rafael cree reconocer a uno de ellos como uno de los cazadores que los han precedido. El otro está subido a un árbol mientras la enorme bestia, mitad hombre y mitad lobo, le gruñe desde el suelo.
El ser nota la presencia de sus perseguidores en pocos latidos de corazón, se gira y gruñe amenazadoramente, enseñando sus enormes fauces,  goteando sangre entre sus afiladas mandíbulas.
Jean no se lo piensa dos veces y dispara la ballesta, pero a pesar de apuntar con bastante sangre fría el virote sale desviado a pocos centímetros de la cabeza del engendro. Inmediatamente deja caer la ballesta, para embrazar el escudo y coger su afamada maza, adoptando posición de defensa.
Rafael lleva encendida la antorcha en la mano en la que porta el escudo. En la diestra la espada. Se baja el yelmo con celeridad y se prepara para acometer a la bestia flanqueando un costado, el opuesto de Don Jean. Piensa que si la suerte le ampara, mientras esgrime la antorcha lanzará estocadas para hacer blanco en los cuartos traseros del lobisome.  –“Si puedo sesgarle algún tendón o articulación será más fácil abatirle ya que sus movimientos no serán tan ágiles.” Piensa mientras avanza alocadamente a su encuentro.
Rafael empieza a moverse por un lado para flanquear al ser, y dejarlo entre los dos guerreros. Pero el lobisome ruge y carga contra Rafael, sin esperar a que termine su maniobra.

Don Rafael grita "¡Santiago!" mientras atraviesa con su espada el brazo izquierdo de la bestia, para a continuación sacar el arma del brazo.
La sangre brota abundante y empapa los ropajes blancos de la Orden, pero el ser, rugiendo de dolor, en lugar de asustarse parece que entra en una cólera brutal, abalanzándose sobre Rafael que no puede usar su arma...


Entre tanto en otra parte del bosque, Valeria y Pere escuchan en la lejanía lo que parecen ser los gritos de la cacería, sin embargo, prestando más atención, Valeria identifica gritos de terror y alaridos, más propios de una batalla que de una cacería. - “¿has oído ese grito, mi amigo Pere? – comenta entre extrañada y asustada, - “Creo que deberíamos acercarnos, quizás lo que buscamos está más cerca de lo que quisiéramos pensar. Pero intenta ir sigiloso, no nos conviene que nos oigan...”-  a lo que Pere asiente y encamina sus pasos en pos de los gritos.


Ayudados por la espesura del bosque y orientados por los gritos, alaridos y forcejeos se van adentrando en lo desconocido, para dar apoyo, ayuda o lo que sea menester. En el jubón de Pere  sobresalen algunos de los artilugios que con tanto esmero hizo para tan aciago momento. –“ Mi señora, si por el demonio hemos de encontrarnos con la bestia, Dios no lo quiera, estos artilugios bien encendidos pueden ayudarnos a reducirle, mas mi destreza en el lanzamiento no es certera y me pregunto si vos no seréis más ducha que yo para tal fin" -  comenta con voz queda apenas audible por encima de sus lentos pasos, al tiempo que va palpando la daga del calzón para comprobar que allí sigue.

-“No os preocupéis mi buen Pere”, - susurra Valeria para calmar a su compañero, -“si les hallamos a tiempo, más nos valdrá quedar ocultos, pues seremos más útiles después, cuando haya que curar a los heridos”. – y dicho esto reemprendió el paso, lento pero resuelto hacia los gritos que cada vez sonaban con más claridad.