De La
batida en el bosque y las pesquisas en castrove
Rafael de Cortés y Jean Le Noir acompañan a Obdulio, sus
hombres de armas y los cazadores del pueblo, al bosque. Por lo que cuentan en
el trayecto se dirigen a una zona que ya utilizaron hace unos años para
cacerías parecidas, el lugar forma un valle rodeado de zonas acantiladas, por
donde se espera que las fieras asustadas por los ruidos de los campesinos
vayan. Han preparado algunas barreras para dirigir aún más a los animales a la
encerrona.
Los cazadores se apostan a los lados, en las partes altas, y
todos los hombres de armas van preparando sus ballestas. Liño, el capitán de
los hombres de armas del señor, un hombre serio de pelo corto y sin la oreja
derecha, ofrece un par de ballestas a Rafael y Jean - "si no sabéis usarlas, a bien que
cualquiera de mis hombres os explicarán cómo usarlas"- dice antes de seguir organizando a sus
hombres.
A Obdulio se le ve feliz y contento, paseando de un lado a
otro mientras se ajusta sus guantes negros. Se le ve impaciente por empezar a
matar bestias del bosque.
El vino corre entre todos, y los pellejos con el joven vino
de la tierra se mueven con agilidad de mano en mano, acompañados por el queso
blando de la zona. Todo el mundo parece muy seguro de sí mismo: ya lo han hecho
más de una vez. Mientras, a lo lejos, ya se oye el ruido de los cazos, palos,
ladridos y demás que están formando los campesinos. Lo único que Jean y Rafael
pueden hacer es esperar pacientemente.
Entre tanto, en el pueblo de Castrove, Pere y Valeria intentan
averiguar alguna cosa que pueda ser de utilidad. Queda poca gente y la que
queda está bastante atareada con sus labores: si no tenían tiempo libre para
meterse en el bosque, menos para perder el tiempo por el pueblo.
Un primer intento de Valeria de vender ungüentos curativos
no tiene éxito. Tras unas cuantas preguntas a Valeria le explican que para todo
este tipo de remedios y apaños confían en la Tomasa, la curandera que vive en
el bosque. Valeria es una extraña en el lugar, y además no tiene la pinta del
típico buhonero que viaja con su carreta y productos de pueblo en pueblo.
Ante las pesquisas al respecto de heridas, lo único que se
oye es -"el Remigio se reventó el
dedo hace una semana el muy idiota arreglando el carro, y a la Mariña le
picaron las abejas cuando iba a recoger miel"-. No parece que haya nadie
herido de gravedad en el brazo o en el pecho, ni nadie que se escabullese de ir
a la cacería que no tenga asuntos pendientes.
Tras un tiempo dando vueltas sin conseguir nada más
provechoso, Valeria se dirige hacia Pere, –“Creo mi fiel Pere que de esta gente
no vamos a sacar nada más, Quizás deberíamos dirigirnos a la casa de Tomasa
ella puede que nos indique algo más de este pueblo y sus habitantes, ¿lleváis
por ventura algún licor? Este pudiera ayudarnos hacer la charla más amena e interesante
¿qué pensáis mi buen Pere?” - Pere echa mano a su jubón y responde. –“Por
ventura que no sería mala idea, más por estas tierras dicen de haber meigas y
por tanto más nos valdría mi señora andarnos con ojo no nos maledigan por
indiscretos. En cuanto al licor no tengo más que los artilugios que fice para
enfrentar al lobishome.”-
Valeria pregunta por el pueblo la localización de la casa de
la Tomasa y no tiene problema en que se la faciliten. Un anciano Le da unas
indicaciones someras para llegar - "salen
para allá, y cuando lleven un rato andando, verán un árbol gris, tomen el sendero de la
izquierda, y en el pasado un arbusto de zarza de tamaño considerable, tuerzan
vuestras mercedes a la izquierda, y sigan unos metros más y divisarán una casa
vieja, allí es”.
La extraña pareja se interna en el bosque, con una ligera
idea del camino, mientras oyen a lo lejos, dispersos, los ruidos que están
haciendo los aldeanos, con algunas risas y chanzas.
A pesar del desconocimiento del terreno nuestros amigos
consiguen no perderse y encuentran una cabaña de piedras con el techo de madera
en un pequeño claro, la chimenea, que todavía humea, apenas emite un hilo de
humo gris al ya encapotado cielo. Un montón de troncos están apilados al lado
de la puerta cerrada de la casa. Las desvencijadas contraventanas de la cabaña parecen
estar cerrados a cal y canto.
Pere se acerca a la puerta, que está cedida en sus goznes y
medio podrida, pero aun así cerrada y llama a voces - "¡Ah de la casa!
¿está la Tomasa? ¿¡hola!?", pero nadie responde a los gritos de Pere.
Valeria inquieta, se acerca al escriba con cautela, -“Pere ,
parece que no hay nadie en la casa , podemos rodearla e intentar ver algo a
través de las ventanas o quizás haya un cobertizo detrás. Lo cierto es que
humea la chimenea con lo que no pueden estar lejos sus habitantes.”
Pere asiente y se disponen a Rodear la cabaña. La inspección
del perímetro de la cabaña no dura demasiado, por lo que se ve la cabaña sólo
tiene dos ventanas, una junto a la puerta y otra en un lateral. Ambas están
cerradas con unas contraventanas de madera, pero la madera está hinchada y
parece que podrida. No hay ningún cobertizo cercano, sólo un pequeño huerto con
unas pocas hortalizas.
Viendo el estado de la puerta y de las ventanas no debería
ser difícil forzar alguna de ellas para ver su interior... y acceder si fuese
necesario. Los ladridos de los perros de los campesinos parecen más cercanos,
pero aun todavía bastante lejos. En cambio
todos saben que en el bosque las distancias a veces son engañosas...
-“Creo, mi fiel Pere, que podríamos arriesgarnos e intentar
abrir alguna de las ventanas con cuidado para ver si, por casualidad, hay
alguien dentro. Puede que el herido que buscamos este dentro de la cabaña.”
- comenta Valeria con poca convicción.
A pesar de todo, espoleado por la curiosidad, Pere se acerca
a una de las ventanas. Con todo el cuidado que puede empieza a intentar abrir
la contraventana, pero parece resistente... aunque cede un poco. Animado, tira
un poco más... para arrancar de cuajo la contraventana.
La madera podrida no ha aguantado más y Pere sostiene entre
sus manos, sorprendido, los trozos de madera de la contraventa, unidos
malamente por unos clavos oxidados. En la ventana, colgando de unos
herrumbrosos goznes, cuelga el resto de una de las contraventanas. La otra
contraventana se ha abierto, y cuelga miserablemente, amenazando con caerse en
cualquier instante.
Valeria aparta a Pere y se asoma a la cabaña. La luz no es
buena, apenas iluminada por la luz que se cuela por esta ventana y por las
brasas de la chimenea/horno que está en el centro de la estancia. Apenas se
puede distinguir un camastro, una alfombra de piel y unas estanterías de madera
atestadas de todo tipo de cachivaches y hierbas.
Pere suelta los restos de la contraventana y se turna con
Valeria a mirar por la ventana, que en realidad es un ventanuco que está entre
vara y media y dos varas de altura, pero no logra ver mucho más.
-“Bueno Pere, creo que aquí no podemos hacer mucho más. No
creo que debamos forzar la puerta. Esto solo nos traería molestias. Vamos de
vuelta al pueblo, quizás nuestros amigos han podido averiguar alguna cosa más.”
– Pere se asiente para dar la razón a su sabia compañera.
El ruido que van generando los campesinos ya ha pasado más
allá del claro donde se hallan Pere y Valeria, alejándose en dirección
contraria, cuando la calma se ve rota.
Según se alejan de la cabaña se escuchan unos tremendos
alaridos, provenientes de algún punto del bosque, los dos paran en seco. No
está muy cerca, pero Pere piensa que puede orientarse para llegar hasta él.
Mientras tanto en el bosque, el retén de cazadores está
esperando pacientemente a que llegue su momento, Jean y Rafael pasan el tiempo
lo mejor que pueden, sin perder ojo ni a Obdulio ni a sus hombres. Echan algún
trago a los pellejos de vino joven, y
mordisquean el queso y el pan que los ofrecen.
De repente, bastante cerca de donde están, por donde
deberían venir los lobos, se escuchan unos tremendos alaridos de puro dolor y
espanto, que se cortan de repente, dejando al bosque inmerso en un silencio
sepulcral, si cabe, más inquietante que los gritos.
Dos cazadores, mucho más cercanos al lugar del ruido, se
pierden en la espesura del bosque en dirección a los gritos. Los hombres de
armas de Obdulio se miran entre sí, mientras el propio señor se encuentra
parado, boquiabierto, mirando en dirección al bosque.
-“Vamos Rafael”, exclama Jean mientras inicia la carrera tras
los dos cazadores en dirección a los gritos que se han escuchado, - “ya estaba hastiado
de esperar”, se le oye mientras avanza.
Jean y Rafael Salen corriendo en la dirección en la que se
han ido los dos cazadores. Es fácil seguir el rastro de helechos tronchados que
han ido dejando en su carrera. Según
llegan oyen más ruidos, como de lucha, y algún grito más.
Cuando llegan, a unas 10 varas de distancia, se puede
distinguir una escena dantesca, hay dos campesinos tirados en el suelo, manando
sangre y gimiendo de dolor. Rafael cree reconocer a uno de ellos como uno de
los cazadores que los han precedido. El otro está subido a un árbol mientras la
enorme bestia, mitad hombre y mitad lobo, le gruñe desde el suelo.
El ser nota la presencia de sus perseguidores en pocos
latidos de corazón, se gira y gruñe amenazadoramente, enseñando sus enormes
fauces, goteando sangre entre sus
afiladas mandíbulas.
Jean no se lo piensa dos veces y dispara la ballesta, pero a
pesar de apuntar con bastante sangre fría el virote sale desviado a pocos
centímetros de la cabeza del engendro. Inmediatamente deja caer la ballesta, para
embrazar el escudo y coger su afamada maza, adoptando posición de defensa.
Rafael lleva encendida la antorcha en la mano en la que porta
el escudo. En la diestra la espada. Se baja el yelmo con celeridad y se prepara
para acometer a la bestia flanqueando un costado, el opuesto de Don Jean. Piensa
que si la suerte le ampara, mientras esgrime la antorcha lanzará estocadas para
hacer blanco en los cuartos traseros del lobisome. –“Si puedo sesgarle algún tendón o
articulación será más fácil abatirle ya que sus movimientos no serán tan
ágiles.” Piensa mientras avanza alocadamente a su encuentro.
Rafael empieza a moverse por un lado para flanquear al ser,
y dejarlo entre los dos guerreros. Pero el lobisome ruge y carga contra Rafael,
sin esperar a que termine su maniobra.
Don Rafael grita "¡Santiago!" mientras atraviesa
con su espada el brazo izquierdo de la bestia, para a continuación sacar el
arma del brazo.
La sangre brota abundante y empapa los ropajes blancos
de la Orden, pero el ser, rugiendo de dolor, en lugar de asustarse parece que
entra en una cólera brutal, abalanzándose sobre Rafael que no puede usar su
arma...
Entre tanto en otra parte del bosque, Valeria y Pere
escuchan en la lejanía lo que parecen ser los gritos de la cacería, sin
embargo, prestando más atención, Valeria identifica gritos de terror y
alaridos, más propios de una batalla que de una cacería. - “¿has oído ese
grito, mi amigo Pere? – comenta entre extrañada y asustada, - “Creo que
deberíamos acercarnos, quizás lo que buscamos está más cerca de lo que
quisiéramos pensar. Pero intenta ir sigiloso, no nos conviene que nos
oigan...”- a lo que Pere asiente y
encamina sus pasos en pos de los gritos.
Ayudados por la espesura del bosque y orientados por los
gritos, alaridos y forcejeos se van adentrando en lo desconocido, para dar
apoyo, ayuda o lo que sea menester. En el jubón de Pere sobresalen algunos de los artilugios que con
tanto esmero hizo para tan aciago momento. –“ Mi señora, si por el demonio
hemos de encontrarnos con la bestia, Dios no lo quiera, estos artilugios bien
encendidos pueden ayudarnos a reducirle, mas mi destreza en el lanzamiento no
es certera y me pregunto si vos no seréis más ducha que yo para tal fin" -
comenta con voz queda apenas audible por
encima de sus lentos pasos, al tiempo que va palpando la daga del calzón para
comprobar que allí sigue.
-“No os preocupéis mi buen Pere”, - susurra Valeria para
calmar a su compañero, -“si les hallamos a tiempo, más nos valdrá quedar
ocultos, pues seremos más útiles después, cuando haya que curar a los heridos”.
– y dicho esto reemprendió el paso, lento pero resuelto hacia los gritos que
cada vez sonaban con más claridad.
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