martes, 26 de febrero de 2013

Los Lobos de Castrove (II)


La batida

Bran asiente ante la respuesta positiva del nuevo grupo y Aleixo da las gracias encarecidamente una y otra vez a los recién llegados por ayudarle a buscar a su amada hija.
Aparte de Bran, Aleixo y Xurxo, se une a la batida otro aldeano más, Leandro. Es un tipo bajito y con poblada barba, cuyo pelo en la cabeza empieza a escasear.
Bran recoge un arco corto que utiliza para cazar y un carcaj con un puñado de flechas, Aleixo se enfunda un cuchillo al cinto y Leandro coge un palo y un par de antorchas, por si la noche se echara encima.
-Perdone señor cazador -, dice Jean le Noire entre cortés y displicente,  -hemos de hacer acopio de un par de antorchas y algo de cuerda, si tienen vuestras mercedes algo de lo que solicito me gustaría disponer de ello, si no ¿tienen a bien indicarme donde cómpralo?. El joven Bran se acerca al posadero y le comenta las peticiones del francés, a lo que el posadero responde con una mirada extraña y se adentra en el almacén para salir de allí con lo solicitado. Acto seguido se acerca Bran de nuevo al grupo, - Se le cargará a la cuenta del caballero de la orden,  partamos pues, antes de que la noche nos pille.
Pere compra un odre de aceite al tabernero a petición de Jean, cuando vuelve con lo solicitado ve a su señor con una esplendorosa armadura, el casco con un caballo lustroso en el cenit va colgado junto con el escudo a la espalda, la maza cuelga a un lado de la cintura prendida al cinturón de cuero, junto a una bolsa con lo que Jean piensa que es imprescindible para un viaje, siempre dice que  “es fácil saber cuándo vas a partir pero no lo es tanto saber cuándo vas a volver”.  Cubriendo los trastos de la espalda con una tela para evitar que hagan demasiado ruido, exclama, - ¡Partamos! .
Valeria contempla la estampa y dice – ¡Ah!... mis buenos compañeros, me alegra contemplar rostros tan valientes y espíritu tan decidido. Pues no creo que nada bueno pueda guardar la foresta, aunque creo que es algo que no nos incumbe no puedo más que alabar el espíritu que os anima a rescatar a una niña y creo que debería seguir vuestro impulso. Yo, por mi parte, estoy demasiado cansada para andar ahora por el bosque sólo os retrasaría y sería un estorbo, creo que es mejor que descanse. Tendré preparadas mis cosas pues si hay que sanar alguna alma a vuestra vuelta. Que eso es lo que me temo. Tened cuidado sobre todo en las encrucijadas.
-Tu noble espíritu nos acompañará y espero nos ayude a hallar pronto a la zagala, - dijo Rafael con gratitud, - después subió a su caballo ante la asombrada mirada de Jean y el resto del grupo,  luciendo su cota de malla con la sobrevesta de la orden y a la espalda las armas para que no estorbaran al cabalgar.
Pere empieza a recoger lo necesario para partir con el resto del grupo, Valeria le intenta convencer de  que un hombre de letras nada tiene que hacer en los asuntos de hombres de armas, pero nuestro escriba está pensando en la historia y en la hazaña, por lo que toma los instrumentos de escritura y pertrechado con un peto de cuero y con su daga a buen recaudo parte con el resto dela comitiva en pos de la Zagala, confiando en que no sea demasiado tarde.
Una vez equipados, el grupo  se pone en marcha guiado por Bran, quien, por un momento mira a Rafael de Cortés, erguido sobre su caballo, y sacude la cabeza, pero no se atreve a decir nada. Pocos cientos de varas después, Rafael  se ve obligado a desmontar y llevar a su caballo de las riendas, dada la espesura del bosque, lo que retrasa un poco el paso del resto.
Llegando al claro que había descrito Xurxo a Bran, junto a una serie de rocas de granito, Bran se pone a observar el suelo, buscando huellas de algún tipo, mientras Aleixo no para de gritar "¡Estrela! ¡Estrela!".  El resto de los integrantes secundan a Aleixo gritando el nombre de la niña, en diferentes direcciones. Apenas unos instantes más tarde, se escucha el grito desgarrador de una niña, el alarido resquebraja el atardecer mudando el rostro de todos, sobre todo el de Aleixo, que entre alarmado y alegre dice - ¡Es ella!, ¡ya vamos cariño, no te muevas!, ¡No te muevas! – Repite y sale corriendo hacia la voz, arañándose con los helechos, dejando al grupo atrás en apenas segundos, Pere miró entre alarmado y compasivo la marcha de aleixo, - No eran gritos de respuesta... eran gritos de terror- , masculla para sí. Los gritos se hacen más insistentes provistos de un pavor innombrable, atávico, gritos que hielan la sangre en la antesala de la noche.
Todo el grupo corre hacia los alaridos, siguiendo la senda de los helechos abatidos que dejó Aleixo al salir en pos de los mismos. Mientras los integrantes de la batida avanzan en la espesura del bosque, los gritos cesan de repente, augurando un mal final, cuando el grupo llega corriendo, casi sin aliento la mayoría, con las armas desenvainadas,  la escena es sobrecogedora;  en el suelo, una niña de pelo claro embuclado, yace con la mirada perdida, medio despedazada, una bestia enorme, más grande que un oso, pero con aspecto de lobo, está ensañándose con el cuello de la muchacha. Aleixo, fuera de sí, con el cuchillo en la mano, corre poseído por la rabia hacia el lobo. El animal antinatural reacciona y con un zarpazo certero, el enorme lobo lanza a Aleixo despedido contra un árbol, cayendo inconsciente y sangrando abundantemente. Cuando se yergue sobre sus patas, más que un lobo enorme, lo se distingue es una criatura con ciertos rasgos humanos, casi como un hombre muy peludo y extraordinariamente musculoso, y con la cara contraída por la rabia, una rabia que irradia en sus ojos inyectados en sangre y que  inunda al grupo de un miedo frio y seco que recorre las espaldas de los presentes.

-¡Muerte al  Lobisome! - , exclaman algunos para infundir ánimo al resto, Bran reacciona y dispara su arco, cuya flecha se clava entre el pecho y el brazo.  Jean Le Noire embraza su escudo de la espada y se enfunda el casco, y a continuación empuñando su maza de armas carga contra la aberración que ha causado la muerte de la muchacha. Pere saca su daga y empieza a sacar el odre con aceite por si lo necesitase su señor. Leandro permanece estupefacto, con la boca abierta, mientras se gira al oír a Rafael de Cortés que está llegando tirando de su caballo. El tremendo ser observa la escena que se le presenta y por un motivo que los presentes no llegan a adivinar se interna en la espesura del  bosque con una velocidad inenarrable, intercalando las veces que va a dos o a cuatro patas.
El francés, de apellido Le Noire, se queda mirando fijamente la escena y sigue con la mirada, ya que otra cosa no puede hacer, al ser que ha traído tanto dolor al pueblo al que acaban de llegar, con un gesto de la cabeza, indica a su vasayo, Pere, que vaya a ver cómo está el padre de la niña, y mientras se acerca al cuerpo inerte de esta, para cubrirla con una manta. Cuando llega Rafael montan el cuerpo dela niña y al padre en su caballo. - Regresaremos inmediatamente, aqui ya no tenemos nada que hacer, quizás podamos aun salvar la vida de Aleixo, lo que les ha atacado ya debe estar muy lejos de aquí. – dice mientras termina de ajustar los cuerpos sobre el caballo y la noche se termina de cerrar.

1 comentario:

  1. Mola, además le vas dando tu toque personal, no te limitas a copiar y pegar. Está quedando muy bien.

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